Cartel luminoso



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martes, 25 de agosto de 2015

Un pequeño cuento de ficción

¿Quien es en realidad?
por Rodrigo M. Maldonado

Los hechos y/o personajes de la siguiente historia son ficticios, cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia

“No hace mucho, el verdugo, mando a llamar por mí, con un mensaje simple y nada preocupante, aunque en el fondo sabia que esas situaciones siempre son, al menos malas; inmediatamente tras recibir el llamado, se liberaron automáticamente mis ataduras de la tecno celda en la que estaba sentenciado a pasar mis días, solo mirando una pantalla, con el continuo y perforante timbre de un infernal aparato de tortura, el Bell, el sonido de las risas de quienes por allí pasaban, ignorándome por completo o adrede, la continua pelea por las migajas con el resto de los ocupantes de las celdas vecinas en conjunto con el constante reflejo de una blanca y estresante luz desgastando mis ojos continuamente, sin parpadear, sin apagarse jamás ni siquiera por misericordia o una pisca de humanidad, y la continua tensión de esperar en mi pantalla el informe del rendimiento de cada prisionero, de ese informe dependía el castigo que debía sufrir cada uno. Aunque había algunos otros -compañeros- podría llamarlos, que ya hacia tanto tiempo o más que yo que estaban en la misma situación, ellos ya no sentían el castigo, más aún, parecían disfrutarlo y aceptarlo como lo natural, lo común, lo que debe ser. En medio de esa pobre gente enceguecida por el acostumbramiento me encontraba luchando solo para estar ahí nuevamente el día siguiente en un lugar en el que no pedí estar, un lugar en el que la gracia de la suerte me había arrojado hace ya varios años, con una falsa promesa de esperanza.

Me dirigí a mi encuentro con el verdugo, solo, sin custodia ya que nadie sería tan imbécil para tratar de huir sin llenar los formularios correspondientes, sabíamos que te encontrarían y pagarías las consecuencias, que por supuesto son mucho peor que el castigo diario. Ni bien ingrese a la sala de tortura, lo vi a él, no había nadie más, no estaba el verdugo, solo él, era ese compañero con el que libramos incontables batallas, compartimos miles de humoradas, y por el cual hubiera interpuesto mi pecho frente a la lanza hacia él dirigida en cualquier batalla, él ya hacia un tiempo se había ganado una línea de cargo en su hombro, por lo que tenia cierto acceso y cercanía al Marshall, y gracias a él en algunas ocasiones, mi castigo era un poco menos sádico. En su mano derecha tenía una carta, el sobre se veía abierto y con la gama de colores de la corporación, en ese preciso instante me invadió un fuerte olor a whisky caro y a perfume lujurioso, supe allí mismo que esa carta, sea cual fuera su contenido, había pasado por las manos del Conde T'ridellia, un joven decrepito y codicioso de pelo platinado parecido al de la sota de oros consumido por el alcohol y la ambición, y el Marshall D'effiarena, un veterano de las guerras de la tecnología, exiliado por su propio pueblo por las atrocidades cometidas, quien fuese acogido por el Conde T'ridellia como su administrador para las tecno prisiones, ambos estaban totalmente corrompidos por el poder, cada tanto organizaban sádicas y caníbalescas orgías con los reclusos sin importar su género o condición. En ellas devoraban mis mejores partes, la carne más jugosa y sabrosa y absorbiendo toda la energía que pudiera darles como si fuera una batería y a veces hasta un poco más, así lograban reducirme a simples despojos de grasa, huesos, viseras, órganos y materia fecal, con el único fin de dejar la sola evidencia de un ser inútil e inservible que debía permanecer en las tecno celdas y ser meritorio de mas y mayores castigos, engrosando así sus filas de carne para su perversión, deleite y regocijo.
Pero eso no era todo, en secreto alimentaban nuestros restos nuevamente como quien engorda a su ganado logrando nuestra regeneración, la cual cada vez es menos perfecta, al principio los detalles eran casi imperceptibles, pero luego de los años los síntomas y el agotamiento eran cada vez más evidentes, y una vez que ya no podían consumirte mas, simplemente se deshacían de nosotros ya sin posibilidad de ser útil en ningún aspecto.

Allí mismo, en la sala de torturas, sentado frente a frente con mi amigo,  note que tras su cara, había algo raro, algo que no lograba distinguir del todo, parecía una marca, al principio le reste importancia, aunque no podía dejar de observarla. Fue así que, tras un corto silencio que para mí fue una eternidad, nuestra conversación comenzó, sus primeras palabras fueron cortantes y secas, me dijo:
- Se que podrás creer que esto llega a destiempo, tarde quizás, pero el rendimiento de energía de tu tecno celda no es suficiente, tengo aquí mismo el informe del vocero del rey…
Me mostró un papel con el sello oficial y la firma del vocero, en el se podía leer algo así como: [Su estación reporta que el nivel de energía obtenido de Ud. es deficiente, de continuar estos niveles nos veremos obligados a realizar humillaciones mas allá de lo conocido sobre Ud. recuerde que nos pertenece y nos debe dar lo que se le exija sin importar ningún tipo de condición]

Después de unos quince minutos y un frio aleccionamiento sobre lo estándares impuestos por el Conde, manipulados a pedido del Marshall y consensuados con el Verdugo, fue así que esas palabras bastaron para que reconociera la marca detrás de su rostro, era la marca del verdugo, la mano derecha del Marshall, al instante que la reconocí supe que él, desde que recibió esa mera línea en su hombro, dejo de ser la persona a la que conocí, allí mismo y como si el supiera lo que estaba penando puso sus dedos por debajo de su piel y jalo con fuerza, revelando su verdadera cara, la cara del verdugo.
Para ese momento yo supe que las cartas estaban echadas, mi juego no era tan bueno como creía, en realidad quien se suponía jugaba con migo era parte del otro equipo, se podría decir que en el tablero mi rey estaba con las movidas contadas, cercado por la torre, caballo y la dama del oponente.
Ya estaba de lleno en su juego pero todavía tenía alguna opciones...”

Así me lo contó, me dijo que en su desesperación pensó cientos de maneras de morir, otras tantas de llevarse al Conde, al Marshall y al verdugo con sigo, pero que todo dependía de quien fuera en realidad, lo que me llevo a preguntarme ¿quién era él?
¿Él? el historidor, ¿yo? quien transcribe sus dichos, ¿la joven Bella? capaz de ver la bondad en todos ¿la monstruosa e imparable bestia? quien destrozaría todo a su paso inducido por la ira, ¿el tímido pero genial Dr. Jekyl? ¿O el sádico Sr. Hyde? él descuartizaría a cualquiera solo por el placer de ver el sufrimiento en sus víctimas, ¿puede ser inclusive el depresivo Dr. Bruce Banner?, temeroso y escurridizo de los problemas ¿o el poderoso Hulk? que no dejaría que nada ni nadie se interpusiera, ni siquiera si su propia vida estuviese en juego, ante un hecho injusto a sus ojos. Pero en realidad, esa no es la pregunta importante, la verdadera pregunta y lo más inquietante es:

Al final de todo ¿quién de ellos tomara el control? porque todos ellos viven dentro de mí y alguno prevalecerá por sobre los demás.
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